El turismo contribuye con cerca del 9 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. En un contexto de crisis climática, viajar ya no es una acción neutral, sino un dilema ético y personal.
Por un lado, descansar, disfrutar y desconectarse son necesidades humanas legítimas, incluso derechos esenciales para la salud mental y el bienestar. Sin embargo, al planificar un viaje, muchas personas sienten una tensión interna: disfrutar puede entenderse como un sacrificio para el planeta.
Esta contradicción genera sentimientos complejos, como la ecoansiedad, esa preocupación constante de estar contribuyendo al daño ambiental.
Elegir el transporte adecuado
Según el Instituto de Recursos Mundiales, el transporte representa casi una cuarta parte del consumo energético total, aunque el impacto varía según el medio y la distancia.
Un estudio comparó viajar entre Estocolmo y Burdeos (unos dos mil kilómetros) usando distintos medios. El avión emite más de seis veces el CO2 que el tren. Sin embargo, el vuelo dura siete horas y el tren más de treinta, además de que el tren puede costar hasta ocho veces más.
Esto refleja una realidad incómoda: elegir la opción más ecológica no siempre es posible para todos, debido a ingresos, ubicación o falta de infraestructura. Cuidar el planeta se vuelve un privilegio, no un derecho universal.
En trayectos más cortos, como alrededor de mil kilómetros, el tren y el autobús son alternativas más balanceadas, con menos emisiones y a menudo más económicas. Por eso, la distancia es clave para decidir cómo viajar. Siempre que se pueda, es mejor priorizar estos medios.
Si volar es la única opción, es recomendable compensar las emisiones, reducir la frecuencia de vuelos y prolongar la estadía para que el impacto diario sea menor.
No siempre podremos elegir lo ideal, pero sí optar por lo mejor posible.
Elegir bien el alojamiento
El impacto ambiental no termina en el traslado. Lo que hacemos en el destino también cuenta. Alojarse en hoteles, comer fuera y participar en actividades puede generar más contaminación que nuestras rutinas diarias. Por eso, el turismo responsable implica cuidar cada decisión del viaje.
Para el alojamiento, escoger lugares comprometidos con la sostenibilidad marca una diferencia. Se aconseja buscar certificaciones ambientales reconocidas como Biosphere, EarthCheck o Travelife, que garantizan prácticas responsables en consumo de energía, agua, residuos y entorno social.
También es preferible elegir alojamientos pequeños y gestionados localmente, que suelen causar menos impacto y tienen mayor conexión con la comunidad.
Plataformas como Ecobnb facilitan encontrar hospedajes ecológicos, permitiendo decisiones conscientes sin perder comodidad ni calidad.
Optar por otras experiencias
¿Dejar de viajar debe sentirse como una pérdida? No necesariamente. Puede ser una oportunidad para reflexionar. Cuidar el ambiente no implica renunciar al disfrute, sino pensar en nuevas formas de bienestar.
Tal vez el verdadero lujo sea el tiempo: vivir con calma, cuidar la salud mental y fortalecer los lazos con nuestra comunidad.
El turismo local o de proximidad ofrece experiencias valiosas muchas veces ignoradas. Propone un ritmo de vida más pausado, redescubrir lo cercano sin prisas: caminar en reservas naturales, recorrer en bicicleta, visitar pueblos vecinos, participar en talleres, comprar en mercados, alojarse en casas rurales, comer productos de temporada, asistir a fiestas populares o colaborar con proyectos locales. Todo esto enriquece la vida cotidiana.
Estas opciones conectan con el entorno y fortalecen la economía local, con menor impacto ambiental. Viajar menos no significa vivir menos, puede ser vivir mejor.
Repensar las vacaciones
Viajar en tiempos de crisis climática requiere replantear nuestras elecciones con mayor conciencia. El turismo no solo brinda descanso y enriquecimiento personal, sino que tiene un gran peso ambiental.
Desde el transporte hasta el alojamiento y las actividades, cada decisión cuenta. La clave no es dejar de viajar, sino hacerlo mejor: con criterio, responsabilidad y empatía hacia el entorno.
Es equilibrar nuestras necesidades con las consecuencias colectivas. Un compromiso que hoy implica viajar con responsabilidad.
Ser un viajero consciente no es perder el placer, sino redefinirlo. Al reducir nuestro impacto, abrimos la puerta a experiencias más auténticas, humanas y conectadas con los ritmos, paisajes y comunidades locales.
Renunciar a viajes lejanos no tiene por qué ser doloroso. Puede ser un acto de cuidado: hacia el planeta, la comunidad y a nosotros mismos.