En lo alto de la atmósfera sobre el Ártico, una masa de aire frío gira en sentido contrario a las agujas del reloj, cambiando con las estaciones. Este fenómeno es conocido como vórtice polar. Cuando sus bordes se extienden o dividen hacia el Ecuador, impulsa ráfagas de aire frío a otras regiones.
Cada año, meteorólogos esperan indicios de que el vórtice polar podría desplazarse al sur, llevando frío y nieve a zonas más bajas. En 2024, esta ola gélida llegó a Norteamérica a inicios de enero, con nevadas récord en lugares poco acostumbrados a climas extremos, como Texas, donde se pidió ahorrar energía para evitar cortes. En Canadá, el país entero activó alertas por frío extremo.
Sorprendentemente, este fenómeno se relaciona con el calentamiento en el Ártico. Según datos del satélite Aeolus de la ESA, un aumento abrupto de temperatura en el vórtice polar contribuyó a la nevada histórica de Filomena en 2021. Aunque bien documentado, el cambio climático podría estar desestabilizando este patrón, lo que tendría graves implicaciones.
El funcionamiento del vórtice polar
La Agencia Española de Meteorología (AEMET) distingue entre el vórtice troposférico, que existe todo el año, y el estratosférico, que aparece entre otoño y primavera. Cuando el primero se debilita, permite irrupciones de aire frío en latitudes bajas. El segundo, en cambio, puede romperse en invierno debido a calentamientos repentinos.
Las corrientes de chorro, impulsadas por diferencias térmicas y la rotación terrestre, suelen mantenerse a unos 900 metros de altura. Estas corrientes afectan tanto a los frentes fríos como a las olas de calor. Según la NOAA, una corriente de chorro polar fuerte estabiliza el vórtice, reteniendo el aire frío dentro del círculo polar. Sin embargo, cuando se debilita, permite que el aire caliente suba al norte y el frío ártico descienda hacia el sur.
El cambio climático y su impacto en el vórtice polar
El calentamiento acelerado en los polos reduce el contraste térmico que impulsa las corrientes de chorro. Un estudio en Nature (2018) vinculó las temperaturas árticas con episodios de frío extremo en el este de EE.UU., mientras otro en Science (2021) sugirió que el calentamiento del Ártico podría alterar directamente el vórtice polar.
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