miércoles, 5 de julio de 2023

La guerra del agua en Chile

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Es conocido como tierra bendita por los habitantes locales. El valle de Azapa, ubicado en el norte de Chile, se extiende como un oasis verde de 58 kilómetros en medio del desierto de Atacama, el desierto más árido del planeta. Cuando Ramón, un agricultor de 62 años que prefiere no revelar su apellido, llegó a trabajar en esta área en la década de 1980, las apenas 1,000 hectáreas cultivadas prosperaban gracias al riego y a los olivos centenarios traídos de la época colonial. Sin embargo, ahora que los invernaderos se elevan por las laderas de arena como oasis suspendidos en la nada, el agricultor sostiene que "de esta tierra ya no brota el agua". Se refiere a los cobertizos de tela que se erigen alrededor de los huertos como "mallas que están destruyendo nuestro vergel", y señala que ahora los pozos, que solían tener una profundidad de 20 metros, deben excavarse hasta los 50 metros.


Con manos gruesas y piel curtida, sin apartar la vista de la azada con la que arranca pimientos amarillos estropeados por los bajos precios de la tierra, Ramón, quien recuerda cómo el cauce del río San José, que atraviesa el valle de Azapa, solía estar lleno de caracoles y surcos, comenta: "El agua proviene de las lagunas Cotacotani, algunas de las más altas del mundo". Las lluvias que caen en Los Andes en este momento, las únicas del año, pronto regarán este valle sediento que no ha dejado de crecer en los últimos años, convirtiéndose en una de las zonas agrícolas más importantes de Chile.


La implementación del riego por goteo, importado de Almería en los años noventa, permitió un uso más eficiente del agua. En 2004, la región de Arica, donde se encuentra el valle de Azapa, fue declarada libre de la mosca de la fruta, lo que impulsó el crecimiento de la superficie cultivada hasta alcanzar las casi 4,000 hectáreas actuales. La oliva, que enfrentó una fuerte competencia de Perú, comenzó a ser reemplazada por cultivos como el tomate y el pimiento, alimentos básicos cada vez más demandados. Estos factores, junto con un clima favorable de temperatura cálida y estable, hicieron que la producción del valle se expandiera a todo Chile: durante el invierno, cuando el frío impide la cosecha en las zonas centrales y del sur del país, los supermercados se abastecen gracias a Azapa.


Esta expansión coincidió con la llegada de trabajadores migrantes, especialmente de países vecinos como Bolivia y Perú, y con un cambio generacional que alteró la propiedad de la tierra, dando lugar a la figura del mediero. "Este terreno no me pertenece, pero yo soy quien lo trabaja y lo administra", explica Asensio, un boliviano de 74 años que ha estado aquí desde los 15. Él menciona que trabaja rodeado de compatriotas mientras está entre lechugas.


El avance de las dunas implica una creciente presión sobre los recursos hídricos en una tierra desértica de un país que, después de 14 años de sequía, ha convertido la escasez de lluvias y el racionamiento en algo habitual. "La gran incógnita es de dónde proviene el agua y si es suficiente para todos", señala Rayko Karmelić, miembro de una de las comunidades de agua de la región. A pesar de un cielo desprovisto de nubes, Azapa cuenta con un sistema de canalización artificial que transfiere agua desde el altiplano para garantizar un suministro regular, además del acuífero en el que se encuentra. Sin embargo, la sobreexplotación está afectando negativamente su calidad, según explica Rodrigo Fuster, investigador de Ciencias Ambientales de la Universidad de Chile.


Es por esto que los habitantes de Arica ya están empezando a hablar de un "colapso". "Todo el mundo quiere sobrevivir, y para lograrlo, vale todo. Cuando llega la noche, estalla la guerra por el agua, porque como muchos dicen aquí: 'solo es robo si ocurre de día'", continúa Karmelić. Y a simple vista, no parece muy complicado: además de los pozos ilegales, el sistema de canalización sigue siendo rudimentario y apenas ha sido renovado desde su construcción en la década de 1960.



En Chile, el uso del agua está privatizado según la Constitución establecida durante el gobierno de Augusto Pinochet, y es independiente de la propiedad de la tierra. Cada persona tiene asignada una cantidad de agua, medida en minutos en relación con su derecho de agua. Don Mauricio, armado con una libreta y un reloj, realiza el viaje semanal de ida y vuelta a Tacna, una ciudad peruana fronteriza de la que es originario, para anotar y calcular el tiempo necesario para abrir las compuertas y permitir que el agua fluya hacia cada finca. Se ha intentado modernizar este sistema mediante la instalación de tuberías. Hace dos años, el gobierno conservador de Sebastián Piñera concluyó un proyecto que cerraba el canal que distribuye las aguas superficiales, con la esperanza de evitar la evaporación, mejorar la calidad del agua y prevenir robos. Sin embargo, la infraestructura no funciona adecuadamente.


En Azapa, nadie discute que la zona ha experimentado grandes cambios, y es a través de los relatos de sus trabajadores, en su mayoría migrantes, que se completa la historia de este valle, bendecido y maldecido al mismo tiempo. Junto a los invernaderos, se encuentran las viviendas improvisadas donde residen aquellos que trabajan la tierra, hombres y mujeres provenientes de Bolivia, Perú y Venezuela. Su presencia se ha vuelto más notable tras la crisis económica desencadenada por la pandemia en América Latina. "El aumento de la mano de obra ha resultado en un mayor nivel de producción, lo que se ha traducido en la reducción de precios e inestabilidad", afirma Luis, peruano.


El crecimiento urbano en las colinas, en su mayoría construcciones irregulares en terrenos ocupados, es otro factor que ha contribuido al aumento de la presión sobre los recursos hídricos en la zona, advierte la doctora Adriana Aranguiz, investigadora de la Universidad de Tarapacá. Los agricultores y las comunidades de agua solicitan la implementación del sistema de entubamiento y proponen soluciones como la instalación de plantas desalinizadoras o mejoras tecnológicas que permitan la reutilización de aguas residuales.


Sin embargo, estas medidas no convencen a muchos expertos. Aunque evitan hacer pronósticos alarmantes a largo plazo, reconocen que el modelo actual no es sostenible en este valle que no solo abastece a Arica, sino a todo Chile. "Las predicciones a nivel global sobre el cambio climático amenazan la resiliencia del valle y sus comunidades. El agua no es infinita, y si no llueve en las zonas altas, no habrá agua. Es la ley del todo o nada. Esto no significa que esté todo perdido, pero debemos pensar en soluciones colectivas", sostiene Eugenia Gayó, académica del Departamento de Geografía de la Universidad de Chile y del Centro del Clima y la Resiliencia. La solución debe incluir la reducción de la superficie cultivada y la adopción de un enfoque más sostenible, señala la investigadora.


Los modelos actuales en Chile, país que iba a albergar la Cumbre del Clima en 2019, pronostican una disminución del 10% en las precipitaciones en la cordillera de Los Andes, además de un aumento en la temperatura que los agricultores ya están experimentando en la zona. "El sol es demasiado intenso y el suelo se seca más rápidamente. En los últimos cinco años, el río ha tenido un flujo constante de solo una semana", comenta Manuel, presidente de una comunidad de aguas de la región. "Nadie quiere hacer ese cálculo, pero con el cambio climático... esto augura un futuro sombrío".


Fuente: https://elpais.com/planeta-futuro/2023-07-04/el-colapso-del-valle-de-azapa-la-huerta-de-chile-cuando-llegue-aqui-esto-era-puro-rio.html


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