martes, 8 de octubre de 2019

Una vida de plástico, la vida del siglo XXI.

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La degradación del plástico potencia el efecto invernadero
La acumulación de masivas cantidades de plástico en los ecosistemas es uno de los grandes problemas medioambientales a los que nos enfrentamos en la actualidad. El plástico encarna una grave amenaza para la biodiversidad y para todo tipo de fauna: a gran escala lo podemos encontrar en prácticamente cualquier parte del planeta contaminando lugares de lo más inaccesible; a pequeña escala, sabemos que incluso puede llegar a formar parte de los organismos por bioacumulación.
Hablar del reciclaje de plásticos es un tema complejo porque hay muchos tipos. En 1988, la Society for Plastic Industry creó un sistema para identificar los distintos envases plásticos que sigue en vigor hoy, basado en un triángulo con un número en su interior, que es una adaptación del círculo de Möbius (símbolo internacional de reciclaje que tiene su origen en 1970).
Por sus características físicas y químicas, el plástico es un material muy duradero y difícil de degradar por los microorganismos que se encuentran en la naturaleza: a priori puede permanecer casi intacto durante siglos. Sin embargo, ahora, científicos de la Universidad de Hawaii acaban de demostrar que la degradación del plástico es, además, una poderosa fuente de gases de efecto invernadero, según el artículo publicado recientemente en PLOS ONE.
Se sabe que el plástico libera una variedad de sustancias químicas durante su degradación, algunas de las cuales tienen un impacto negativo en los organismos y ecosistemas. Y así, según informa el estudio, la exposición a la luz solar de los plásticos más comunes, es susceptible de producir y produce, la liberación de metano y etileno, dos potentes gases a la hora de generar efecto invernadero.
Por ejemplo, el polietileno, utilizado en las bolsas de compras, es el polímero sintético más producido y descartado a nivel mundial, y los científicos hallaron que se trata del emisor más prolífico de ambos gases. Del mismo modo, descubrieron que los materiales de polietileno de baja densidad (LDPE) utilizados para almacenar alimentos, textiles, materiales de construcción y diversos artículos de plástico que acaban en el océano, pueden seguir emitiendo gases de efecto invernadero incluso una vez dejan de recibir la luz del sol.

En total, hay siete tipos: PET (polietileno tereftalato), que está en la mayoría de botellas de agua y envases alimentarios, es muy transparente y uno de los que se suelen reciclar como tejidos sintéticos; PEAD (polietileno alta densidad) es el más resistente de los polietilenos y se usa para botellas de productos de limpieza, cosmética, leche, zumos, etc., para capas de tetrabricks (75% de cartón, 20% de plástico y 5% de aluminio) y bolsas más resistentes; PVC (policloruro de vinilo) es el más peligroso en todas sus etapas -producción, uso y desecho-, está en tuberías, cables, botellas de detergente, canalones y algunas clases de film transparente; PEBD (polietileno baja densidad) es la versión más elástica del polietileno y se usa para film adhesivo, bolsas o botellas de plástico blando, por ejemplo; PP (polipropileno) puede soportar la presión repetitiva de abrir y cerrar, por eso se suele usar en tapones y tapas, así como en botes de ketchup, recipientes de yogurt o envases de margarina, junto al PET es el más fácil de reciclar, dando lugar a cajas, contenedores o muebles; PS (poliestireno) es fácil de reconocer cuando se hincha y se convierte en la denominada marca Porexpán, es un gran aislante y sirve para bandejas de comida, estuches de CD’s o cubiertos desechables; y otros plásticos que se desconoce su composición y por tanto, no se pueden reciclar.


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